Franquicias: La revolución silenciosa del interior
Durante años, el sueño de toda marca fue el mismo: abrir en la gran ciudad, cerca del shopping, del tránsito, del ruido. Pero eso cambió. Hoy las franquicias en Argentina están mirando hacia otro lado del mapa: los pueblos, las ciudades medianas, esos lugares donde todavía hay espacio, donde la novedad se celebra y donde el negocio vuelve a tener algo de humano.

En toda la provincia de Buenos Aires —y cada vez más en el interior del país— se vive una expansión que hasta hace poco parecía impensada. Marcas que nacieron para competir en los grandes centros urbanos ahora se animan a abrir en localidades de treinta o cuarenta mil habitantes, donde los costos son más bajos, la competencia menor y el público tiene ganas de probar algo distinto. Es un cambio que está transformando el mapa de las franquicias argentinas, con nuevos actores y una mirada más federal.
Las grandes urbes están saturadas. Los alquileres son imposibles, los márgenes se achican y cada cliente cuesta el doble de esfuerzo. En cambio, en el interior hay aire, hay curiosidad, hay comunidad. Las franquicias en el interior lo entendieron: mientras en las capitales la pelea es por los metros cuadrados, en los pueblos la pelea es por quién se anima primero. Y el que llega antes, gana.
Hoy conviven dos motores distintos dentro del sistema de franquicias en Argentina.
Por un lado, los inversores locales, en su mayoría familias o emprendedores de la zona, que apuestan por franquicias rentables y buscan generar trabajo y movimiento económico en sus propias ciudades. No son fondos de inversión ni grupos lejanos: son personas que conocen a su comunidad y están presentes en la operación diaria. En el interior, quien invierte suele también gestionar el negocio, estar al frente, conocer a sus clientes y hacer del local un punto de encuentro. Esa cercanía es parte del éxito.
Por otro lado, se están cultivando nuevos franquiciantes que nacen del interior, que piensan primero en los pueblos o en las ciudades vecinas antes de llegar a Buenos Aires, que durante años fue vista como la meca de la facturación. Es un cambio de lógica dentro del sistema de franquicias nacionales: ya no se trata de conquistar la capital, sino de construir una red de franquicias desde abajo, con identidad y arraigo. Las nuevas marcas argentinas crecen a su ritmo, cerca de su gente, y cuando llegan a las grandes urbes, lo hacen con una historia detrás.
En Junín, por ejemplo, ya se formó un pequeño ecosistema de franquicias bonaerenses que crecen hacia otras regiones. Vivere Bene, Gula Hamburguesas y ROM son ejemplos de cómo un concepto nacido en una ciudad intermedia puede expandirse con una identidad clara, moderna y bien pensada. En Colón, la llegada de Vivere Bene cambió el centro comercial: más movimiento, más empleo, más consumo. En pueblos donde antes el plan era siempre el mismo, una apertura así se convierte en el nuevo punto de encuentro.
Incluso los gigantes están tomando nota. McDonald’s abrió su local número 225 en General Rodríguez y prepara nuevas aperturas en Tandil y otras localidades medianas. Son locales más compactos, más sustentables y adaptados al entorno. La señal es clara: el interior ya forma parte del plan de expansión nacional de las grandes franquicias en Argentina.

Fotografía de un local de Vivere Bene
Otro motor clave de esta transformación es el avance del delivery y las plataformas digitales. Rappi, por ejemplo, anunció su desembarco en 50 nuevas ciudades argentinas, un dato que refleja la enorme potencialidad de las franquicias gastronómicas y de otros rubros para seguir expandiendo redes. El delivery centralizado no solo amplía el alcance de las marcas, sino que mejora notablemente sus estados de resultados: más cobertura, más ventas y un acceso directo a un público que ya está acostumbrado a pedir desde su celular, sin importar el tamaño de la ciudad.
Cuando una franquicia llega a una ciudad chica no solo abre un negocio: mueve la aguja. Genera empleo, cambia rutinas, reactiva zonas comerciales y contagia a otros a invertir. Lo que antes parecía quieto empieza a moverse. Hay más movimiento, más consumo y, sobre todo, más ganas.
Lo que está pasando en el interior no es una moda: es una revolución del sistema de franquicias en Argentina. Los negocios dejaron de depender del ruido urbano y empezaron a encontrar valor en la escala humana, en la comunidad y en la cercanía.
Hoy, inversores locales y franquiciantes argentinos están escribiendo juntos un nuevo capítulo del comercio nacional. Los primeros apuestan a su ciudad. Los segundos la hacen crecer. El futuro de las franquicias argentinas ya no está en las luces del shopping: está en la esquina más viva del pueblo.
- Por Agustín Bidoglio